POEMA GANADOR DEL PREMIO DE POESÍA GUADIANA -2018
CERTAMEN ORGANIZADO POR GRUPO LITERARIO GUADIANA (CIUDAD REAL)
MEDUSAS DE TERGAL
La casa es la misma,
la de entonces,
esa de los ventanales inmensos
y un naranjo frente a la tapia,
y, sin embargo, qué decir ahora
acerca de esta abrupta distancia
de labios esquivos
sobre la palidez del momento,
o contra el tramo más hostil
de la culpa,
o del miedo,
puede que del miedo,
de cuando pude olvidarte,
olvidarte y aprender de
memoria
tu ausencia contagiosa,
el vacío del recibidor estrecho,
y esa soledad intrusa
de muchacha sin nombre,
donde el tozudo silencio
de tu anatomía precaria
y aquella piel primeriza
sobre las rendijas últimas de
la tarde,
mientras la intemperie de tu mirada,
durante esa lejanía de perros
y de trenes,
claro que de perros,
y yo te decía que no eran las
sábanas,
ni el recelo.
No lo eran.
Aflojado el cartílago de las
voces,
pude comprender ese gesto que finges
para ocultar las varices de tu
sonrisa.
Comprender ese gesto que
finges.
De qué sonrisa. La de quién.
Vine a devolver la tristeza
que tomé prestada
y ya después,
o antes de eso,
si sales por un momento del
agua,
averiguar de cuántos lugares deshabitados
y de cuántas extrañas madrugadas
está hecha nuestra despedida.
No digo la humedad licuada de
la lluvia,
no digo de eso,
hablo del equilibrio desmesurado
de los pájaros que se paraban
sobre un alambre oscuro
que daba vueltas al atardecer,
de aquella memoria caliza,
de la estufa gris del primer
invierno
y de esos pasadizos antiguos
que conducían hasta tu espalda
terca,
en ese tiempo estrepitosamente
demorado
de las cerezas,
o durante el sindiós del
verano,
de eso hablo,
de tu complicidad tardía.
Entre las páginas del cuaderno
hurgaba la quietud urgente de
tu escritura
y luego tus manos,
siempre esas,
las que en ocasiones asomaban
para transitar mi penúltima
piel
y tantas otras veces no hacían
eso,
ni hacían nada,
sino encogerse frente al frío
para anidar en el interior de un
sigilo
de arañas dóciles y bostezos
de gato,
o con tal de descubrirse a
tientas
durante ese instante de ropa
tendida
y salivas impacientes.
Una vez lo pensé.
Pensé que resultabas necesidad
en el rellano cómodo de la
noche
y acudías para pronunciar a
oscuras
lo que las piedras callan.
Amadeo Laborda