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martes, 26 de marzo de 2019

MEDUSAS DE TERGAL



 POEMA GANADOR DEL PREMIO DE POESÍA GUADIANA -2018

 CERTAMEN ORGANIZADO POR GRUPO LITERARIO GUADIANA (CIUDAD REAL)





MEDUSAS DE TERGAL


La casa es la misma,
la de entonces,
esa de los ventanales inmensos
y un naranjo frente a la tapia,
y, sin embargo, qué decir ahora
acerca de esta abrupta distancia
de labios esquivos
sobre la palidez del momento,
o contra el tramo más hostil de la culpa,
o del miedo,
puede que del miedo,
de cuando pude olvidarte,
olvidarte y aprender de memoria
tu ausencia contagiosa,
el vacío del recibidor estrecho,
y esa soledad intrusa
de muchacha sin nombre,
donde el tozudo silencio
de tu anatomía precaria
y aquella piel primeriza
sobre las rendijas últimas de la tarde,
mientras la intemperie de tu mirada,
durante esa lejanía de perros y de trenes,
claro que de perros,
y yo te decía que no eran las sábanas,
ni el recelo.
No lo eran.
Aflojado el cartílago de las voces,
pude comprender ese gesto que finges
para ocultar las varices de tu sonrisa.
Comprender ese gesto que finges.
De qué sonrisa. La de quién.
Vine a devolver la tristeza
que tomé prestada
y ya después,
o antes de eso,
si sales por un momento del agua,
averiguar de cuántos lugares deshabitados
y de cuántas extrañas madrugadas
está hecha nuestra despedida.
No digo la humedad licuada de la lluvia,
no digo de eso,
hablo del equilibrio desmesurado
de los pájaros que se paraban
sobre un alambre oscuro
que daba vueltas al atardecer,
de aquella memoria caliza,
de la estufa gris del primer invierno
y de esos pasadizos antiguos
que conducían hasta tu espalda terca,
en ese tiempo estrepitosamente demorado
de las cerezas,
o durante el sindiós del verano,
de eso hablo,
de tu complicidad tardía.
Entre las páginas del cuaderno
hurgaba la quietud urgente de tu escritura
y luego tus manos,
siempre esas,
las que en ocasiones asomaban
para transitar mi penúltima piel
y tantas otras veces no hacían eso,
ni hacían nada,
sino encogerse frente al frío
para anidar en el interior de un sigilo
de arañas dóciles y bostezos de gato,
o con tal de descubrirse a tientas
durante ese instante de ropa tendida
y salivas impacientes.
Una vez lo pensé.
Pensé que resultabas necesidad  
en el rellano cómodo de la noche
y acudías para pronunciar a oscuras
lo que las piedras callan.

             Amadeo Laborda